eldigitalsur.com - El Laberinto. Por María de la Luz
Los laberintos tienen distintos orígenes, hoy me voy a referir a uno en particular. El laberinto que nos originan otros. Cuando digo “otros”, me refiero a otras personas, a otras circunstancias, a otras mentiras, a otros sufrimientos, a otros intereses, a otras verdades, a otros sentimientos, etc. Simplemente el laberinto aparece allí en frente de nuestras narices y es un “otro” el que lo ha colocado allí y como dije al principio, por causas que desconocemos es necesario que caminemos a través de él. Deberíamos al final cuando ya hemos logrado salir, entender el por qué era necesario que lo transitáramos.

Lo particular de toparse con un laberinto en la vida es que nos es casi imposible, por no decir que totalmente imposible evitarlo. Una vez que se nos abre esa puerta debemos entrar en ella y aunque tratemos de esquivarlo y arreglar las cosas para que tal laberinto no tenga cabida en nuestro camino, su magnetismo nos atrapa. Ese es el asunto, los laberintos poseen un poderosísimo magnetismo.

Ahora bien, cuando los laberintos los origina un “otro” indefectiblemente quedamos amarrados al proceso de ese “otro”, hasta que ese “otro” no deje de transitar su propio laberinto, nosotros tampoco. Y esto sucede porque ese “otro” es un factor que pertenece a nuestra vida, a nuestro mundo relacional, tiene influencia en nosotros, trae una trayectoria de retroalimentación, ha sido y es en pocas palabras, un elemento importante de nuestro día a día. Si no fuera así el laberinto no ejercería influencia en nosotros.

Expongo todo esto porque los laberintos suelen presentarse en momentos inesperados en la vida de cualquier ser humano, bien sea cuando todo parece ir de maravilla o por el contrario cuando estamos en momentos muy complicados de nuestra existencia. Sea cual sea el caso, el laberinto originado por ese “otro”, nos atrapa y es obligatorio adentrarnos en él, aunque no queramos o aunque no nos demos cuenta. Cuantas veces, sin saberlo nos encontramos diciéndonos a nosotros mismos –siento que estoy metida o metido en un laberinto-.

Tomado del diccionario de La Real Academia Española de la lengua transcribo dos definiciones de la palabra laberinto:

1) -“Lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la salida”-.

2) -“Cosa confusa y enredada”-.
Las causas que pueden originar un laberinto pueden ser de cualquier índole y a mi entender suelen ser muy, pero muy complicadas y profundas, de otro modo no generarían confusión, generalmente vienen de la psiquis humana. Si partimos de esa base, si entendemos que un laberinto es originado por asuntos muy complicados, casi descabellados, sin lógica, ni sentido común, pero que están en la psiquis de ese “otro”, podremos sortear con suerte y éxito nuestro tránsito por el laberinto colocado en nuestro camino.

En este sentido, las calles y encrucijadas del laberinto colocado enfrente de nuestras narices están constituidas por traumas, miedos, frustraciones, egocentrismos, sufrimientos pasados y presentes, inseguridades, decepciones, traiciones no superadas, celos, etc., que subyacen dentro y que habitan en un laberinto interior de ese “otro”.

Si tenemos claro esto, les aseguro que nuestro tránsito por el laberinto puesto en nuestro camino será un éxito, ya que sabremos que las calles y encrucijadas no son nuestras, más aún podremos recorrerlo por poco tiempo y en el mejor de los casos entrar en él (asunto que considero casi inevitable) e inmediatamente salir.

Aquí vuelvo al párrafo donde expresé que:
Cuando los laberintos los origina un “otro” indefectiblemente quedamos amarrados al proceso de ese “otro”, hasta que ese “otro” no deje de transitar su propio laberinto, nosotros tampoco.

Aquí quiero concluir de la siguiente manera: esto va a depender de cada uno de nosotros. Los laberintos son intrincados y confusos, así que a ese “otro” le puede llevar mucho tiempo salir de su laberinto interior. Mientras tanto nos toca a cada uno de nosotros seguir nuestro propio camino, es nuestra decisión ayudar, acompañar o alejarnos, pero siempre transitando nuestro propio camino y recordando en todo momento que cuando nos topemos con un laberinto, debemos establecer lo más pronto posible si esas calles y encrucijadas son nuestras o por el contrario pertenecen a “otro”. Si lo tenemos claro, encontraremos la salida y habremos ganado un aprendizaje, de lo contrario quedaremos amarrados al proceso de ese “otro”, con las consiguientes consecuencias.

Haciendo honor a mi estilo de usar las metáforas y elementos simbólicos para hacerme entender, les dejo un relato corto que ha inspirado este tema.

EL LABERINTO
En incontables ocasiones, el hombre cavizbajo había pasado por la salida de aquel lugar sin darse cuenta. Con su mirada clavada en el piso y cansado de dar vueltas a las que no les encontraba sentido ni orientación, estaba a punto de echarse a llorar. Se preguntaba una y otra vez que como había ido a parar a aquel laberinto, que nunca había visto en su cotidiano transitar por el camino que lo llevaba a su faena diaria. Había intentado pedir ayuda dando gritos, pero había sido inútil, nadie atendía a su llamado. Había corrido y caminado en uno y otro sentido una y otra vez, colocando marcas para no volver a pasar por el mismo lugar. También había sido inútil. Intentaba recordar, en qué punto del camino había entrado en aquel intrincado laberinto, para ver si así podía encontrar una solución a su situación. Ya dándose por vencido, se tumbó en el piso, cansado física y mentalmente, y lloró un rato con las manos puestas en su rostro. Quedándose dormido, soñó que era un ave que volaba velozmente surcando el cielo. Cuando despertó dirigió su mirada hacia arriba, aunque no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado en aquel lugar, aún era de día y el sol brillaba en un cielo muy azul. Se puso de pie y sin dejar de mirar hacia arriba comenzó a caminar, en ese momento se dio cuenta de que todo el tiempo había estado siguiendo las paredes del laberinto, que no había levantado su mirada más allá de unos cuantos metros delante de sus pasos. Comenzó a correr sin dejar de mirar las aves que volaban en lo alto y enseguida para su sorpresa encontró la salida la cual pudo ver a lo lejos remontando la mirada por sobre las paredes del laberinto. Se dio cuenta que cambiando de perspectiva había cambiado su circunstancia.

María de la Luz
13 de Septiembre de 2016
Por María de la Luz
El Laberinto
En la vida, en ocasiones se nos presenta un laberinto. Por diversas causas debemos transitarlo y experimentar las sensaciones y las emociones que genera nuestro periplo a través de él con su consiguiente enseñanza-aprendizaje.