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Ese cinismo pone claramente de relieve el peligro que entraña el narcisismo patológico. Y cuando esa visión es compartida por una masa crítica de empleados y se convierte en el protocolo estándar, la organización entera acaba asumiendo rasgos manifiestamente narcisista. Entonces ¿quiénes son los que trabajan? La radiografía sobre la situación actual de la empresa, en circunstancias donde hay que arrimar el hombro y empujar el carro hacia delante, ha destapado que las organizaciones, esclavizadas por este tipo de narcisismo, carecen de una visión clara y completa de la realidad, pierden la capacidad de responder ágilmente a la demanda que se les presentan.

Toda empresa desea que sus empleados estén orgullosos de trabajar en ella y crean compartir una misión importante, de modo que una dosis sana y adecuada de narcisismo no entraña ningún problema. Pero éste, el problema, aparece cuando el orgullo no se asienta en los logros reales, sino en una necesidad desesperada de alabanza.

Peligro aún mayor cuando el líder narcisista, sólo está dispuesto a aceptar mensajes que confirmen su propia sensación de grandeza ya que cuando ese líder se torna, a su vez, portador de malas noticias, sus subordinados empiezan a ocultar deliberadamente los datos que no concuerdan con su imagen, en apariencia, grandiosa. También ocurre con Pedro Sánchez en política. Un entorno, en el que prosperan la distorsión y la paranoia, al tiempo que el trabajo se degrada hasta convertirse en una mera farsa. No olvidemos que las ilusiones compartidas florecen en relación directa a la negación de la verdad. En tal empresa, en tal partido no existe, en consecuencia, impedimento alguno en recurrir a los medios necesarios para alcanzar los objetivos deseados. De este modo, la continua autocomplacencia impide que nos demos cuenta de lo mucho que nos hemos divorciado de la realidad, porque las reglas no parecen aplicarse a nosotros, sino a otras empresas o partidos políticos.

Son muchas, como sugiere el mito, las personas que se sienten atraídas por los narcisistas, aunque sólo sea por el carisma que provoca la extraordinaria confianza que tienen en sí mismos. Pero los narcisistas patológicos también son muy expeditivos en su rechazo de los demás y al contemplarse a sí mismos en términos exclusivamente positivos, son comprensiblemente, más felices cuando se casan con personas aduladoras. Al fin y al cabo, el eslogan típico del narcisista no es otro que: “los otros, sólo existen para adorarme”. Así le va al partido socialista, sin un objetivo claro.

La vida nos demuestra que aunque, en ocasiones, pueden ser selectivamente encantadores, los narcisistas suelen mostrarse bastante desagradables. Poco proclives a la intimidad emocional, son muy competitivos, cínicos y desconfiados y no dudan en manipular a las personas que les rodean, glorificándose a sí mismos en detrimento de los demás. Lo más curioso, sin embargo, es que suelen considerarse personas amables. ¿Le recuerda a algún político que aboga por un gobierno progresista? A mi, sí.

Antonio Pastor Abreu
Opinión 23 de Marzo de 2016
En manos de quien estamos Antonio Pastor A..
Hay quien considera que la vida dentro de una organización empresarial es como una feria de vanidades en la que, quien quiere prosperar no tiene más remedio que adular a sus superiores. Según ellos, la adulación es una de las condiciones imprescindibles del ascenso y poco importa si, a lo largo de este proceso, se ven obligados a ocultar, minimizar o distorsionar información importante, porque con astucia y un poco de suerte, siempre habrá alguien que acabe cargando con los platos rotos.