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Nadie lo sabía pero tenía un método muy particular para elegir la máscara que usaría en cada función y este consistía en lo siguiente: Cuando amanecía triste, enfadado o desilusionado se ponía la máscara de la risa; cuando  por el contrario amanecía alegre, esperanzado y lleno de ilusión, usaba la máscara de las lágrimas. Y es que en eso consistía su trabajo, en mostrar la ironía de la vida y que mejor manera de mostrarla, sintiéndola el mismo: riendo cuando tenía ganas de llorar y llorando cuando tenía ganas de reír.

Un buen día, todos se quedaron esperando la función. El Bufón no apareció. Nadie sabía que había sucedido con él. Lo buscaron por todo el pueblo y no lo encontraron, por el contrario en su tienda lograron apresar a un hombre que con cara de terror, contemplaba dos máscaras destruidas entre sus manos.

María de la Luz
                      

06 de Junio de 2016
Por María de la Luz
Las Máscaras
El Bufón solía pensar para sí mismo que su trabajo era uno de los más duros de todos cuantos había en la vida. Nadie conocía su verdadero rostro. Todos sabían quién era cuando llevaba una de sus máscaras puesta, entonces le saludaban, bromeaban y se entretenían con él. No recordaba si había nacido bufón o si por el contrario alguna vez no lo fue. Poco a poco se había ido acostumbrando a sus máscaras y prácticamente no podía estar sin ellas. Su rostro descubierto le hacía sentirse inseguro y se hallaba desprotegido cuando no las usaba.