




Cuando los médicos se fueron, comenzó a llorar de tristeza y tienes que hacerte el duro, porque a pesar de sus ochenta y tres años todavía es consciente de su realidad. Estamos animándolo para que haga caso al doctor y que viva más años y siga viendo la vida de algunos vividores comiendo a su costa inconscientemente, para no decir por la puta cara, pero escribo con amor, porque todas las personas del planeta tenemos un cierto grado de ignorancia, es decir, tenemos un nivel de ignorantes sin ánimos de insultar.
En estos momentos está en una casa cerca del mar en Pozo Izquierdo, playa perteneciente al Municipio de Santa Lucía en Gran Canaria, donde el fresco llega a través de la brisa y es más agradable vivir. Siento orgullo de ver cada día a muchas personas yendo a visitar a mi padre para regalar una sonrisa con palabras de ánimo y esto demuestra que somos alguien, porque desgraciadamente la gran mayoría de las personas muchas veces somos bocazas, soltando tonterías por la boca y cuando descubres que has caído en ser uno más de los bocazas, sientes arrepentimiento interior y comprendes que cada persona tiene una forma de ser y el destino marca las formas y actitudes según el lugar de nacimiento y crecimiento, pero más vale tarde que nunca, darse cuenta de nuestros errores, para luchar por ser un poco mejores sin volver a caer en los mismos agujeros del mal.
Imagino que cuando algún ser querido muere repentinamente sin poder hablar, siendo una forma de despedirse para decirnos palabras bonitas en forma de arrepentimiento, tiene que ser mucho más duro, porque en estos momentos descubrimos que nuestros padres quieren siempre lo mejor para sus hijos y que sufran poco en esta vida tan complicada cargada de mentiras desde que sales de la misma puerta de la casa y peor todavía es vivir las mentiras dentro de los mismos hogares. Termino la carta presentando a las personas de las fotos adjuntas, mis abuelos maternos, Teodomiro y Eladia, aunque siempre la llamamos Yaya.
Nacieron en la Aldea San Nicolás de Tolentino en Gran Canaria, pero no tengo ningún recuerdo de mi abuelo que dicen que me daba algunas tortas cuando quería subir por las escaleras hacia la azotea. De mi abuela si podría escribir un libro porque era una santa y sobran pruebas para declararla santa porque jamás la vi enfadada, siempre sonreía y vivía gran parte de su vida en silencio observando a sus hijos y nietos, desde los más fuertes a los más débiles para no entrar en detalles. Todavía no encuentro ninguna foto de mi abuelo paterno, porque los que no somos de sangre azul no tenemos la historia escrita de los antepasados y si algo sorprende de mis abuelos materno y paterno, es que los dos eran músicos.
Estimado lector, gracias por regalarme un poco de tu tiempo leyendo mis palabras, esperando que te hayan trasladado a otra dimensión. Un abrazo
Juan Santana










Arona 27 de Julio de 2016
Triste no es morir, triste es no haber vivido
Nacemos, crecemos y nos vamos y lo triste no es morir, lo triste es no haber vivido. ¿Cómo estás estimado lector?. Escribir supone un compromiso, una gran responsabilidad seria por los fieles lectores porque el respeto es obligado. Esta vez comparto la experiencia con la enfermedad de mi padre, un cáncer que come los cuerpos lentamente, sin prisa y sin pausa, pero gracias a las drogas soportan los fuertes dolores y he visto como un médico psicólogo habla con mi padre con todo el amor del mundo, para explicarle la decisión de amputar las piernas, porque tiene los pies negros por la gangrena que subirá a no ser que corten, pero hasta el momento mi padre dice, no.