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La visita del lunes veinte de junio del 2.016 es porque mi padre tiene un cáncer, además de ochenta y cuatro años que son bastantes. Le duele todo su cuerpo y no puede levantarse ni caminar, es decir, que para cualquier lugar que vaya, depende de dos personas para levantar su cuerpo flaco, sentarlo en una silla de ruedas y llevarlo al baño, a la cocina, a dormir, al patio a tomar algo de sol, en fin… que es muy duro cuando no eres nadie, sin alguien.

Gracias al destino, somos una gran familia con tiempo y la suerte de poder acompañarle sin olvidar a mi madre, una mujer que durante más de medio siglo lleva junto a un hombre, muy difícil de llevar porque tiene un carácter que mejor no entramos en detalles, porque en estos últimos días de su vida, no vale la pena y solamente nos quedamos con los mejores momentos.

Somos cuatro hermanos y jamás faltó comida en casa, pero debido a su educación somos de una época donde nos faltaron los abrazos y los te quiero, porque la gran mayoría de nuestros padres salían de una guerra civil y sufrimientos por infinitas razones. Siempre suelo viajar en barco, porque los barcos son un relax aunque tragues tres o cuatro horas para llegar de Tenerife a Gran Canaria, pero aprovecho para reflexionar sobre mi vida personal y social.

Pero ahora comparto la historia con el taxista el martes a las once y pico de la noche cuando llego a Santa Cruz. Dicho taxista me lleva desde el muelle hasta la estación de guaguas Titsa y está fumando tranquilamente (¿Tranquilamente?) y cuando le saludo con un ¡Hola!, ¿Qué tal?, ¿Cómo estás?, me responde con un tono violento y mal educado, ¡Trabajando porque me va mal!. Entonces sigo en silencio y el taxista además del cigarro agarra su teléfono móvil y llama para decir a alguien que en quince minutos llegará donde estaba, mientras el coche iba desviándose hacia la izquierda y él con su cigarro y su móvil, más el volante, es decir, era un amargado irresponsable más de la vida. Cuando llegamos a la estación de guaguas le pregunto, ¿Cuánto es?, y me dice que son cuatro euros y medio. Saco un billete de diez euros y le dije que me dejara dos euros, para darle de propinas tres euros y medio. Me despedí con unas palabras animadoras, “Deseo que le vaya bien”.

La guagua sale a las once y media hacia Los Cristianos, llegando las doce y media más o menos, pero en menos de cinco minutos aparece un coche con dos morenos de Senegal, de los que se buscan la vida como taxistas ilegales y por dos euros te alcanzan hasta Las Galletas. Les hice auto stop y cuando salimos había un control de la Policía Nacional a menos de quinientos metros ordenando a parar el coche y cuando se acerca le dice al chófer, ¿Trabajando de taxista ilegal?. El chófer responde que yo había hecho auto stop y él paró. El policía con su linterna ilumina mi cara y confirmo que es verdad, pero que le daré algo de dinero porque tiene que comer. El policía nos señala que sigamos nuestro camino, lo mismo que haré ahora mismo que llevo compartiendo demasiado de mi vida. Gracias estimado lector por regalarme un poco de tu tiempo, el tesoro más valioso del ser humano. Un abrazo.

Juan Santana

Arona 26 de Junio de 2016
Compartiendo verdades
Hola estimado lector, ¿Cómo nos encontramos en este momento?. Espero que estés bien y esperando la nueva carta, algo para agradecerte si esperas de forma positiva, porque siempre están los lectores negativos que leen buscando y mirando con lupa algo para poder criticarme de mala manera, pero es obvio que también tengo la obligación de agradecer a los negativos que regalen un poco de su tiempo, el tesoro más valioso del ser humano. En esta carta quiero compartir un lunes y martes que vivo en la playa de Pozo Izquierdo, en el sur de Gran Canaria donde mis padres tienen una casa comprada hace más de cincuenta años por quinientas pesetas y ahora tiene un valor de más de medio millón de euros, porque está junto al mar, a menos de treinta metros.