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Guía de Isora 26 de Junio 2015
La barbería
Inmersos en los pactos que durarán hasta que el otoñe
asome, me dio por recordar una ceremonia, un rito y una
industria que aún se mantienen con otras formas y distintos
profesionales, pero que, básicamente, consiste en quitarle
el pelo que crece radicalmente – hay que ver – a los varoncitos
y que hay que cortarlo para que las cabezas no se llenen
de pilosidades que nada tienen que ver con lo que deben contener los cráneos de las personas presuntamente racionales y que es la Barbería y el barbero.

Y, pensé, que nada mejor que alejarse de la política para irle quitando hierro a la actualidad que es todo fútbol y sus mafias, patronales que  llevan en la sangre su desprecio por los que trabajan para ellos, la política devaluada y lo que queda. Por cierto, que debo reseñar que bastante que me alegro el ver a paisanos míos – léase Fefa o Héctor – bien guapos y farrucos, tomando posesión de sus puestos en Santa Cruz, tan lejano aún, pero mucho más cerca en todos los sentidos que cuando uno era un pasajero que mareaba en el coche de pasaje Hoy se les puede retratar, una en el Cabildo y el otro en la Mesa del Parlamento, al lado (…) de otros/as grandes de la patria que jamás imaginaron que un chiguerguero – y a mucha honra – y una moza de origen gomero, pudieran dar mejor imagen que los que antes se consideraban los dueños de sus vidas y de sus descendientes. Me alegro de verdad y valió la pena la lucha en contra de la sinrazón.
¿Y qué tendrá que ver la Barbería con lo antedicho…? pues mucho, creo, sobre todo por el asunto de cortarse el pelo y los pactos. Y me explico: los recortes tan de moda eran un suplicio del que hablaremos dentro de un ratito y los pactos, porque ambos se correspondían con un ritual, muy temido y doloroso, que nuestras madres trataban con los barberos, como si de una cuota mensual que habría que pagar. Y era así: más rústico que la actual guardería o la escuela, pero muy parecido a una dictadura; imaginemos que un padre/madre que no obligue a sus vástagos a levantarse de la cama y obligarlos a ir al colegio y después me cuentan, quedan burros. O sea: los preliminares para saber escribir una letra después de la otra, relacionarse con los de su quinta y saber algo de las cuatro reglas, son rudimentos indispensables para conducirse por la vida (manejar un vehículo lo hace todo el mundo, lo que es sospechoso) o poder ir a un cajero y sacar dinero, cuestión nada baladí, como el pacto que se ha firmado entre el PSOE y CC a sabiendas que una cosa es una cosa y una rosa es una rosa. Y no es un rebujón, pero puede serlo, pero si estoy equivocado que venga don Abreu, Javi, y me lo explique alguien que aún esté entre nos como diría don Clavijo, el futuro presidente, ay, que podrá ser una bendición o no. Como salir huyendo de la barbería, ya rapados, y con el corazón feliz y libre.

De manera que rememorando a nuestra ya lejana infancia, el irse a pelar era algo muy parecido a una ejecución con la complicidad del barbero y de nuestra madre, que era la encargada de arrastrarnos (…) hasta el local que olía a esencias casi clínicas y dónde nos esperaba el profesional, farruco, limpio y armado; sonriente y enseñando una navaja que daba escalofríos. El hombre casi no hablaba, pero dominaba el escenario, por lo que nos sentaba sobre una tabla para nivelarnos la cabeza en el perfecto sillón nacarado, nos embutía dentro de un babatel que era como una camisa de fuerza, nos ponía el dedo grande tras el tronco de la oreja y sacaba un ungüento de unos tarros misteriosos y se hacía cargo de todo. Y nuestra madre, sentada y absuelta, rezando el rosario o similar, tal vez prometiendo y no jurando (…) que todo saliera bien y que la operación durase poco, dentro de lo que cabía en aquellos tiempos, mientras su hijo sufría en silencio y el peluquero gozaba. Era así. Alguno de aquellos artesanos de la tortura queda vivo, me han dicho, y son hasta hermanos del Señor, un ejemplo nada ejemplar, y no hay organización ni partido que haya reivindicado como sujetos de acoso a los niños de entonces. Yo ya he perdido la esperanza y casi toda la cabellera, en lo tocante (…) a que se me reconozcan como víctima, pero un sombrero puede disimular una calva lógica. Les perdono y casi les comprendo, pero no debe olvidarse el asunto que tratamos.

Seguimos: el pelado mensual era muy cruel y hay que comparar con lo que puede verse hoy en la juventud doliente y silente, que se hacen unas obras de mampostería en sus saludables cabelleras y que treinta años atrás hubieran sido delictivas, pero como la moda se impone hoy es normal y no se mira con mala cara que esos cachorrillos luzcan tonsuras de fraile, colores que poco tienen que ver con las razas que pueblan el planeta y que les dejan – y mi alma la quiero pa dios – unas caras de bobancones que pá qué. Lo peor es que no saben por qué se han pelado de esa guisa, igualmente ignoran el acto reflejo que les hace enganchar al último aparatito que les conecta con la nada. Y, además, les recuerdo que a sus antecesores les esquilaban como ovejas (u otro ganado que se arrastra) con una falta total de caridad ante el cliente que sufría y aguantaba sus caprichos, tales como el que se pasaran un buen rato amolando la navaja y se entretuvieran a propósito en el ya citado rito de los recortes, lo que unido a la maquinilla que picaba mucho y al recorrido sangriento alrededor de la oreja, conformaba un suplicio que hoy puede parecer exagerado. Y lo fue.

Ay, pequeños subproductos de la tele obscena, ay miembros de la mesa de un parlamento que carece de oratoria, ay reparto de cargos, ay socialdemócratas moderados y nacionalistas españoles, ay las cuotas que habrán de pagar, ay la pose marcial del himno sin letra y del arrorró que adormece, ay los maceros inmóviles como mimos, ay la botellita de agua privatizada, ay la foto de doña Tavío al lado de mi paisano que salvando las distancias hacen buena pareja, ay el abrazo de don Castro que es un santo en vida, ay don Clavijo – más clavos pa mi cuerpo – que será mi presidente, ay el otoño que traerá una mondisa de mociones de censura, ay, ay, ay….

Como uno decía cuando le hacían los recortes en la barbería, casi tan dolorosos como los que este pueblo ha aguantado, aunque parezca mentira. Puede ser, pienso, algo de masoquismo, o las infinitas sombras de Brey, que es el segundo apellido de don Mariano, el presidente, aunque el primero del futuro jefe de la autonomía guanche, Clavijo, tampoco tiene desperdicio. O sí.

Y algo tiene que ver todo lo escrito anteriormente con la barbería. Meditemos, reflexionemos y quedamos para cenar en un restaurante de cocina creativa…¿vale?, si.

Ya empezó el verano que es estación en que la gente aprovecha para relajarse, cargar las pilas y pasar de todo. Aún no me lo explico, sobre todo por los recortes, la miseria y el aguante. Tal vez el problema es que soy de letras (…) y no entiendo de economía, ciencia en la que están muy impuestos de Guindos, Soria el nuestro y la patronal tan generosa.

Como el fútbol, del que casi todo el mundo entiende, y que no sabe de recortes.

Cheche Dorta