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Guía de Isora 11 de Junio 2015
Zerolo
Hace pocos años contemplé en la avenida marítima
de Santa Cruz una serie de carteles más bien grandes
que ponían empírica y sintéticamente la palabra ZEROLO;
así, sin más. Fondo azul con letras blancas o viceversa.
Y los chicharreros que son los pobladores de la capital le dieron con sus votos la mayoría absoluta a don Miguel de Zerolo y Aguilar, que hoy está jugando al golf allá arriba, cerca de Los Rodeos, tranquilo y enguruñado.

No hay quien lo toque, porque acá nos conocemos todos y todos conocen al vecino. Igualmente pasa con Hermoso (…) que paseó sus gandolas con el logotipo de MAHER, llenas de bloques y ayudando a que la crisis viniera de una vez; sacando jovenzuelos – canarios de corazón, guayeritos o toletes – de los institutos, haciéndoles ver que vivían como constructores y que esto era la gloria. Lo mismo ocurrió con otros padres de la patria canaria y española que hoy tienen sus nombres rotulados en las mejores avenidas de la ciudad sin que nada ni nadie les haya probado su honradez que se le supone hasta la fecha, a pesar de sus presuntas golferías y que fueron votados por el pueblo, ojo, presuntamente libre.
Nada ha cambiado desde entonces, dado que siguen los mismos. Hasta es posible que don Abreu sea alcalde de San Cristóbal de La Laguna. Y que don Clavijo, ay, sea el presidente mío, mío, mío…etc. con esa figura de seminarista, esa voz poderosa, ese peinado y ese carisma indiscutible, como si fuera o fuese pariente del obispo, discípulo de Soria o reserva de la biosfera, cual mencey de Anaga. O sea: seguimos con lo mismo, aunque los medios digan lo contrario, de ahí los pactos que se parecen mucho a un parto de nalgas, más o menos.

Pero no quería hablar de la mediocre fauna que rellena la obertura, sino de don Pedro González Zerolo que ha muerto en Madrid a edad tiernita. Un canario tan universal que nació en Caracas, lagunero de los de antes del patrimonio (él, tan lleno de esa virtud), y luchador irreductible. Sólo se le acusó de homosexual como si fuera un delito, sobre todo por los hipócritas que hoy – después de muerto - glosan positivamente su figura, siguiendo esa costumbre tan canaria que demuestra una vez más que hay que morirse para que se le reconozcan sus méritos. Basta comprobar la prensa de aquí y de hoy para constatarlo: fútbol, puterío, horóscopo y un bache en un barrio; ah, y el eunucoide que eleva el listón del Decano con sus lecciones magistrales que defiende, hoy, a Felipe González y su penúltima machangada de viejo prematuro que no sabe envejecer. Como ocurre con Saavedra, otro que tal baila, que se resiste a la jubilación y ya maduro, perdón, tiene defensores hasta en la más reaccionaria derecha insular.

Pues murió Pedro González Zerolo y todo son elogios: educación exquisita, elegancia, verbo poderoso, inasequible al desaliento, acento canario de verdad y muy culto, embajador solvente de esta tierra, libre hasta el empirismo, valiente en un país de vasallos, laico o tal vez ateo y sin duda librepensador, republicano por lógica indiscutible, con sentido del humor y por casta (…) con buen gusto, abogado por estudios y por defender causas imposibles hasta hace poco, radical ante la vulgaridad, político de la calle de verdad, de verdad…..de la verdad que nos enfrenta hoy a lo mezquino que se está produciendo en su tierra, porque nos debe costar la comparación – que no siempre es odiosa – el imaginarnos como alcalde de La Laguna, ciudad que gobernó su padre el pintor Pedro González y lo que hoy estamos viendo, leyendo o contemplando la recreación cutre de la mediocridad.

Me gustaría decir lo que decimos siempre: que descanse en paz, que es obvio, pero es un fallo de la creación que los padres sobrevivan a sus hijos y que en este caso es una pérdida de verdad, como que era un hombre – con mayúsculas – casi tan grande como el Teide, al que tampoco sus paisanos le prestamos el cuidado que merece. Zerolo: así, con fondo rojo pasión y rodeado de todos los colores que su padre quisiera pintar en este momento dado. Y nos dio mucho. Algún día, no ahora, se reconocerá su grandeza.  

Cheche Dorta