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Guía de Isora 6 de Abril 2015
Ley para tratar a los alcaldes
Pasó la semana santa otro año más y es justo
reconocer que mantiene su elegancia en algunos
lugares con su pequeña historia, y la gente se
porta bien, sin que nada ni nadie le obligue, salvo
su conciencia. Las imágenes, bien cuidadas y de forma
altruista, procesionan con seriedad y bastante bien vestidas y adornadas que aún provocan emociones atávicas y sinceras.

No hay escuela y las playas y los hoteles están casi llenos de católicos no practicantes que se van a formar multitud, quemar gasolina, desconectar, cargar las pilas y regresar al paro con la piel tostada y el culo, perdón, blanco. De lo que he visto me quedo con la Pascua Florida que se hacen en mi pueblo y que demuestra que el arte, la imaginación y la creatividad son virtudes que pueden coadyuvar a que el turismo de sol y playa puede reencontrarse con los pueblos altos que se hicieron con mejores maestros de obras – casi masónicos sin saberlo – mucho más bonitos y sólidos que la infame arquitectura que destrozo buena parte de las islas en los años buenos. Y resucitó la aleluya, creo. Y lo dejamos ahí y pasemos a la segunda parte contratante.
Resulta que se va a aprobar un proyecto que nos hará regresar a un protocolo cuasi militar que contempla que a los presidentes de las corporaciones habrá que dejarse de confianzas y dirigirse a ellos con “Ilustrísima”, si son regidores de capitales y de “Señorías” al resto. De manera que habrá que olvidarse de don Pedrito, doña Anita o don Carlitos, a proponer y, a partir de la aprobación de la ley que citamos, se les antepondrá a su nombre de pila (…) la pomposa denominación que hemos citado.

Así pues, pongámonos en la coyuntura que haya que echar un envite y el compañero es la autoridad. Pues, en ese momento dado, nada de decir que si va ciego o tiene triunfos; no, señor: “¿cierta carta, su ilustrísima…?”, no un fisco apenas, dirá el compañero teórico, que es el alcalde. Y no se le ocurra, por dios, ordenarle que le eche la puta de oros, por razones obvias. Arrastrar sí está permitido y ahora más que estamos en período preelectoral, señoría. Y cañas también, que es una mentira casi inteligente. Cuántas más, mejor. Cojan señas, dice el mandador en el que ha delegado el compañero y cartas al pecho, aconseja con timidez, por si acaso, que es consciente que la situación es un poco embarazosa, pero que con veterana experiencia intenta manejar la partida aunque el político no tenga ni idea, pero que es ilustrísimo o señoría. Y como hay señas que pueden resultar casi ofensivas, hay que tener cuidado con regañarse, picar el ojo, torcer la boca, sacar la lengua…y otras morisquetas propias de este juego interesante que se ha dejado coger la camella, ay, por el póker que transmiten en las teles sucias, casi todas. ¿Usted tiene un bichito, más que sea, ilustrísima?...bueno, para matar a esta carta sí. Vale. ¡Pues lárguela, consio!...y pide perdón, al darse (de) cuenta que ya rige otra ley represiva hasta para el inocuo juego de cartas, muy canario y que sólo se juega el ganar y pagar lo consumido; el alcalde, por supuesto, ni bebe ni fuma, como debe ser, pero colabora como buen vecino que ha regresado a los foros donde el pueblo se entretiene y que es lo que marca el calendario.

Después de esta ridícula ocurrencia habrá que esperar a otra ley que obligue a que en el dominó, por ejemplo, haya que ahorcar al doble seis, concentrarse sobre las fichas y no hablar hasta que los ilustres o señorías levanten la cabeza y den un golpe sobre la mesa y diga que se levanta la sesión. Todo se andará. Ahí está la Ley Mordaza, la del aborto (un feto) y la que hemos citado en esta crónica sin pretensiones. O la desaparición de los Juzgados de Paz que se privatizarán – don Mariano es del gremio, pero es casual – y usted tendrá que trasladarse a esas oficinas siniestras, pagar por un papel y callarse.

Como siempre ha sido, como la semana santa y la negritud que rodea esta costumbre bárbara.

Cheche Dorta